La obesidad y el sobrepeso están conceptualizados como un problema de exceso de calorías, en base a esto, generar un déficit calórico y un mayor gasto energético (come menos, muévete más) debería ser suficiente para erradicar esta alteración. Sin embargo, la práctica nos indica que este modelo es insuficiente para afrontar el problema que hoy, por el contrario, se ha convertido en una epidemia mundial.
Esta teoría, denominada Teoría del Equilibrio Energético, es la más aceptada para explicar las condiciones que generan un aumento de peso desproporcionado, y se basa en la aplicación del famoso primer principio de la termodinámica de los organismos vivos.
Seguramente habrás escuchado millones de veces que la energía no se crea ni se destruye, sino que se transforma. Basándose en dicho principio se considera que, en el caso de los seres vivos se puede formular de la siguiente manera:
Las calorías que se ingieren pueden ser quemadas, almacenadas o no absorbidas
Sin embargo, esta teoría tiene grandes debilidades puesto que:
1.- Parte del supuesto de que las calorías que consumimos son las mismas que quemamos (calorías que entran, calorías que salen) y para adelgazar basta con comer menos de lo que se gasta.
2.- Coloca toda la responsabilidad de su condición en los obesos “es gordo porque es flojo”, “deja de comer y haz ejercicio”.
Esta teoría sigue siendo muy popular en la actualidad, tanto en la población general, como entre los expertos en nutrición que siguen defendiendo conceptos obsoletos, hasta tal punto que muchos consensos de la nutrición se basan en ella y se han formulado infinidades de dichos que la resumen, como por ejemplo: “menos plato y más suela de zapato”, “comer de todo pero en plato de postre”, etc.
En el pasado se aseguraba que la hipótesis del equilibrio energético debía ser necesariamente correcta puesto que se basaba en una verdad fundamental “Todos los obesos son iguales en una cosa, comen demasiado” pero la pregunta es: ¿Por qué comen demasiado?
El hecho de observar la realidad en la que hay delgados que consumen muchas calorías y se mantienen delgados, que hay obesos que aunque recorten las calorías continúan obesos, o que dos personas consumiendo las mismas calorías pueden tener pesos distintos, nos asoma que existen mecanismos regulatorios del peso corporal que determinan cuánto comemos y cuánto gastamos. Estos mecanismos son explicados por la Teoría Hormonal.
Esta teoría considera que la obesidad tiene que ver con un incorrecto funcionamiento de las hormonas y el sistema endocrino, que conducen a una acumulación excesiva de grasa en determinadas zonas del cuerpo, es posible que sean ellas (o su mal funcionamiento) lo que nos haga “comer más y gastar menos”.
La insulina es la hormona que domina el metabolismo de las grasas y es la principal responsable de su acumulo en las células del tejido adiposo.
La ingesta de alimentos produce la liberación de insulina (que varía dependiendo el tipo de alimento) por parte del páncreas, este se encarga de almacenar grasa en el tejido adiposo. A su vez, el tejido graso libera una hormona llamada leptina, que viaja a través de la sangre e informa al cerebro que hay suficiente grasa y da la señal de dejar de comer (señal de saciedad).
Entonces ¿Por qué el aumento de peso está asociado a un desorden hormonal?
Si la grasa produce leptina y esta es la hormona de la saciedad, cabría esperar que a mayor cantidad de grasa, menos hambre…pero sabemos que eso no es lo que ocurre con las personas con obesidad. Cuando la insulina se encuentra elevada de forma crónica y sostenida en el tiempo (hiperinsulismo), contribuye a desarrollar resistencia cerebral a la acción de la leptina, lo que hace que la leptina en grandes cantidades, aunque llegue al cerebro no pueda realizar su acción normal (dar señal de saciedad) por lo que este cree que no se está almacenando energía suficiente en forma de grasa, se siente hambriento e intenta aumentar la energía almacenada, tanto aumentando más la ingesta de alimentos (glotonería), como reduciendo la actividad física (pereza).
Ahora bien, si la obesidad es la gallina y el desequilibrio hormonal es el huevo, ¿qué desencadenó el desequilibrio hormonal?
El estrés que genera aumento crónico del cortisol, la alimentación actual, altamente industrializada con abundantes aditivos, azúcares, grasas y harinas refinadas, que lleva al desequilibrio de la microbiota intestinal, el tabaco, exceso de alcohol, son todos factores que genera un ambiente inflamatorio que actúa como disruptor de la disfunción hormonal.
No solo las hormonas contribuyen a que vayamos ganando peso de manera desproporcionada.
Las relaciones sociales también influyen significativamente puesto que se ha comprobado que el aspecto físico y peso corporal de las personas con las que nos relacionamos más íntimamente (familiares y amigos) parece determinar de manera decisiva nuestra tendencia a engordar.
Se ha comprobado que las personas que tienen un hermano del mismo sexo con sobrepeso u obesidad, tienen un 50% más de posibilidades de convertirse en personas obesas. En el caso de amigos gordos se empeora la situación hasta un 200%, mientras que tener compañeros de trabajo del mismo sexo que tengan sobrepeso u obesidad aumentan un 70% las posibilidades de riesgo de volvernos gordos.
Este curioso fenómeno se puede explicar como una percepción de la normalidad, al estar rodeados de gente obesa, relativizamos el concepto de peso normal, se reduce nuestra ansiedad y nos relajamos en cuanto al control del peso corporal. Y aunque estos descubrimientos se han obtenidos de estudios recientes, ya lo decía un cómico estadounidense:
Si quiere verse delgado, rodéese de gente gorda
De esta manera vemos que decirle a un gordo “come menos, muévete más” es como decirle a un deprimido “solo deja de llorar”.